Miles de personas, encerradas en los barcos de crucero a los que varios Estados negaron el permiso de atracar, se enfrentan con un futuro incierto.
Este miércoles el crucero Costa Victoria atracó en el puerto de Civitavecchia, en la provincia de Roma, pero el alcalde Ernesto Tedesco impidió el desembarco de los pasajeros. "Turistas con maletas no deben circular por la ciudad o crear aforo", postuló Tedesco.
LA LARGA ODISEA DEL COSTA VICTORIA
Costa Victoria, uno de los cruceros de la empresa Costa Crociere, ya lleva un cuarto de siglo surcando mares y océanos del planeta. Su último viaje inició en Dubái el pasado 7 de marzo, poco antes de que la compañía suspendiese todos sus cruceros. Mientras estaba en el mar, una turista argentina de 63 años, dio positivo en la prueba del coronavirus. Tras desembarcarla en la isla griega de Creta, el barco se dirigió hacia Venecia, su puerto de destino.
Sin embargo, le esperaba una acogida poco calurosa. El 23 de marzo el gobernador de la región de Friuli Venecia Julia, Massimiliano Fedriga, prohibió al navío atracar en el puerto de Trieste, con la justificación de que "en este momento de emergencia la seguridad de los ciudadanos y los trabajadores es una prioridad absoluta".
Una respuesta idéntica llegó del puerto de Venecia. Al final, se decidió que el barco atracaría en Civitavecchia.
A bordo del Costa Victoria permanecen 726 pasajeros, entre italianos y extranjeros, y 776 miembros de la tripulación. Se supone que los foráneos, entre ellos 85 ciudadanos rusos, podrían ser trasladados al aeropuerto romano de Fiumicino para volver a sus países de origen. El acceso al puerto está cerrado.
UNA FLOTA NEGADA
Tras la trágica experiencia del crucero Diamond Princess, que se convirtió en un foco de epidemia con más de 700 infectados a bordo y permaneció semanas varado en el puerto japonés de Yokohama, varios barcos fueron bloqueados en los muelles o se les rechazó el acceso a los puertos.
A finales de febrero el barco MCS Meraviglia atracó en el puerto mexicano de Cozumel, tras el rechazo de acogerlo por parte de las autoridades de Jamaica y de las Islas Caimán, a pesar de que no había casos confirmados del covid-19 a bordo.
A principios de marzo el crucero Costa Fortuna estuvo días vagando en el mar, después de la negativa de Malasia y Tailandia de concederle el permiso de acceso. Al cabo de un viaje de seis días el navío tuvo que volver a Singapur, su puerto de salida.
Una peripecia más reciente fue la que vivió el crucero Costa Mágica. Tras pasar días atrapado en la isla de Martinica con 900 pasajeros a bordo, el barco zarpó rumbo a Cuba y luego de un par de días cerca del puerto de Moa en la costa norte oriental de la isla tomó rumbo hacia Miami.
En el puerto de Savona, en la región de Liguria, desde hace días prosigue la operación de desembarco de los pasajeros del crucero Costa Luminosa, en el que fueron detectados 32 casos positivos del covid-19.
En total, ocho naves de la compañía Costa Crociere, con miles de pasajeros y miembros de tripulación a bordo, están enfrentándose con problemas de circulación a causa de la pandemia del covid-19.
Pero el fenómeno no se limita tan solo a los cruceros italianos. Por ejemplo, este jueves las autoridades del Estado de Australia Occidental prohibieron el desembarco del barco MV Artania, que también tiene casos positivos del coronavirus a bordo.
La gente que se encuentra a bordo de los enormes cruceros vive una experiencia poco envidiable. Atrapados en un espacio cerrado, los días de los pasajeros transcurren sin saber cuándo podrán bajar a la tierra firme y volver a sus hogares. Y cuando se les permite desembarcar, a menudo se pelean para poder huir cuanto antes del barco que de un sueño se convirtió en una pesadilla.
El temor al coronavirus borra las distinciones sociales y nacionales. En estos días de emergencia global incluso los cruceristas ricos son sospechosos de ser vehículos de transmisión del virus. En Italia, Tailandia o Australia, entre muchos otros países, los puertos rechazan la entrada a los desafortunados viajeros, que se enfrentan con la perspectiva poco halagadora de ver transcurrir no solo días, si no semanas, atrapados a bordo de enormes navíos de lujo, que ahora parecen más prisiones flotantes.