
Hay ironías que parecen escritas por un guionistas con muy mal gusto y es que el pasado 14 de octubre de 2025, justo en el marco del Día Internacional de los Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (E-Waste Day), Microsoft dejó oficialmente de dar soporte a Windows 10, el sistema operativo que durante casi una década fue el corazón de millones de computadoras en el mundo.
La coincidencia no solo es curiosa, sino profundamente simbólica ya que mientras en conferencias y encuentros mundiales se habló de sostenibilidad y del impacto ambiental del consumo tecnológico, cientos de millones de dispositivos quedaron, de la noche a la mañana, etiquetados como “obsoletos”, sin soporte y poniendo de frente a millones de usuarios frente a una crisis de ciberseguridad y ambiental.
Windows 10, aunque Microsoft se empeñe en negarlo, sigue ahí, instalado en oficinas, escuelas y hogares, pero ahora huérfano de actualizaciones, de seguridad y, sobre todo, de legitimidad digital. Este mensaje, disfrazado de modernización, es claro y devela la realidad en la que vivimos:” si no puedes seguir el ritmo, quedas fuera y al bote de basura.”
Esa es la paradoja más cruda de nuestra era tecnológica, mientras por un lado nos venden innovación, lo que nos entregan, en realidad, es obsolescencia programada, es decir productos tecnológicos con fechas de caducidad más prontas, lo cual influye no solo en los aparatos, sino en la forma en que pensamos, trabajamos, consumimos y desechamos.
Desde hace años, los fabricantes se dedican a diseñar fechas de caducidad mientras los productos, quedan como mera anecdota. Ya no se trata de que algo deje de funcionar, sino de que deje de “servir” dentro del ecosistema controlado por las propias empresas. La computadora que hoy te acompaña perfectamente en tus tareas puede convertirse mañana en un estorbo simplemente porque dejó de recibir actualizaciones o porque el software “ya no es compatible”.
De acuerdo con el informe del Global E-Waste Monitor 2024, en el mundo se generaron más de 62 millones de toneladas de desechos electrónicos, y menos del 25% se recicla adecuadamente. México ocupa un lugar destacado en esta lista: más de 1.2 millones de toneladas de residuos electrónicos al año, la mayoría sin tratamiento adecuado. Cada teléfono, cada monitor, cada laptop que va a la basura sin destino seguro se convierte en un recordatorio silencioso de nuestra dependencia tecnológica y de nuestra poca disposición a enfrentarla.
Mientras tanto, las grandes corporaciones se lavan las manos con el discurso de la transición verde, impulsando nuevos modelos y sistemas “más sostenibles” que, curiosamente, requieren reemplazar los anteriores. En este ciclo perfecto, de consumo y para las empresas,: compras, usas, desechas, compras de nuevo. Todo bajo la promesa de estar “actualizado”.
Por eso el fin de Windows 10, en el mismo día que conmemoramos el daño que deja nuestro consumo electrónico, no debería verse como casualidad, sino como síntoma. Un síntoma de cómo la modernidad y la obsolescencia son ya dos caras de la misma moneda.
Quizás sea momento de preguntarnos si de verdad estamos avanzando o solo estamos corriendo en círculos detrás de la última versión. Porque mientras seguimos obsesionados con lo nuevo, lo viejo, lo “inservible”, sigue acumulándose bajo nuestros pies, en tiraderos, en ríos, en montañas de silicio y plástico.
En medio de todo eso, el mensaje es claro, lo que se vuelve obsoleto no son solo los aparatos, sino también nuestra capacidad de pensar en el largo plazo.
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