Pío XII, el pontífice cuyo cadáver explotó ante los ojos del mundo

Pío XII, el pontífice cuyo cadáver explotó ante los ojos del mundo

Foto: Internet

Mientras el mundo observa con solemnidad las exequias del papa Francisco, caracterizadas por la austeridad y el respeto a su última voluntad de no ser embalsamado, resurge una de las historias más escandalosas en torno a la muerte de un pontífice: Pío XII, cuyo cadáver, explotó durante su funeral en 1958.

 

Sin duda, lo que debió ser una ceremonia solemne se transformó en una pesadilla, producto de un fallido embalsamamiento que horrorizó a fieles y autoridades eclesiásticas.

 

La voluntad ignorada y el desastre del embalsamamiento

 

Eugenio Pacellí, conocido como Papa Pío, lideró la Iglesia Católica durante la Segunda Guerra Mundial, un periodo marcado por la polémica debido a su postura ante el nazismo y las difíciles decisiones de la época.

 

Tras años de enfermedad, Pío XII falleció el 9 de octubre de 1958 en Castel Gandolfo, la residencia papal de verano, a los 82 años. Con lo que su muerte dio inicio a una serie de eventos que culminarían en uno de los funerales más escandalosos del Vaticano.

 

Pío XII dejó instrucciones claras: no deseaba ser embalsamado. Sin embargo, su última voluntad fue ignorada por quienes, en nombre de la ciencia y la tradición, decidieron someter su cuerpo a un procedimiento experimental.

 

El responsable fue su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, quien aseguró haber desarrollado una técnica revolucionaria de embalsamamiento basada en la ósmosis aromática, que supuestamente replicaba el proceso utilizado con Jesús de Nazaret.

 

El método consistía en sumergir el cuerpo en aceites y hierbas aromáticas y envolverlo en celofán. Lejos de preservar el cadáver, la combinación de altas temperaturas y la falta de extracción de órganos aceleró la descomposición.

 

El cuerpo comenzó a hincharse, desprendiendo un hedor insoportable y, según testigos, se escucharon golpes provenientes del ataúd. Finalmente, el tórax del papa explotó debido a la acumulación de gases, provocando el pánico y obligando a cerrar la capilla.

 

El escándalo fue mayúsculo, y el Vaticano tuvo que convocar a expertos embalsamadores para intentar reparar el daño antes de presentar el cuerpo ante los fieles, pero el daño ya era irreversible.

 

La dignidad que Pío XII había buscado preservar fue traicionada, y la imagen del pontífice quedó marcada por uno de los episodios más surrealistas y vergonzosos en la historia de la Iglesia.

 

En tanto, Riccardo Galeazzi-Lisi, lejos de actuar con profesionalismo, fue acusado de aprovecharse de su posición: vendió información confidencial y fotografías del papa agonizante a la prensa, y tras el escándalo fue expulsado del Vaticano y del Consejo Médico Italiano, terminando su carrera en el exilio.

 

 

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