En los últimos días, el Popocatépetl, conocido como “Don Goyo”, ha mantenido una actividad constante con exhalaciones de baja intensidad, acompañadas de vapor de agua, gases volcánicos y ligeras cantidades de ceniza. No obstante, dicha actividad se encuentra dentro de los parámetros normales de acuerdo con el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED); pero es lo suficientemente alta como para recordarnos que este coloso es una de las principales amenazas volcánicas de México.
Su historia reciente se remonta al 21 de diciembre de 1994, cuando despertó después de más de 70 años de aparente calma. Sin embargo, los primeros indicios de esta reactivación comenzaron un año antes, en 1993, con fumarolas y una actividad sísmica inusual que anunciaban lo que estaba por venir.
Aquel día marcó el inicio de una nueva etapa de constante vigilancia, tanto para las autoridades como para los científicos. Hoy, 30 años después, el Popocatépetl sigue siendo un gigante activo que representa tanto un desafío para la seguridad como un símbolo cultural para las comunidades que viven bajo su sombra.
30 años de constante vigilancia
El amanecer del 21 de diciembre de 1994 marcó el inicio de una nueva era para el Popocatépetl y las comunidades aledañas. Tlamacas, ubicado en el flanco norte del volcán, fue testigo del resurgimiento de uno de los gigantes más imponentes de México.
Investigadores, entre ellos especialistas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), llevaban años estudiando al coloso. Los sismógrafos instalados alrededor del volcán habían comenzado a registrar movimientos significativos desde finales de la década de los 80. Sin embargo, ese día, el volcán no solo tembló, sino que finalmente exhaló.
La primera señal fue un estruendo ensordecedor. Fragmentos de roca, que habían sellado el cráter desde la última erupción en los años 20, fueron lanzados al aire con una fuerza descomunal, alcanzando, según se dice, hasta los 8 kilómetros de altura. Algunos de estos trozos medían hasta 30 centímetros, pero lo más impactante fue la inmensa nube de ceniza que cubrió los cielos de Puebla y Tlaxcala. Durante horas, una fina lluvia gris descendió sobre las ciudades, cubriendo techos, calles y campos con un manto de polvo volcánico.
Desde años antes, los científicos habían advertido que el Popocatépetl no estaba dormido. Los sismos volcánicos, que reflejan los movimientos del magma y el reacomodo de las rocas en las profundidades, habían aumentado gradualmente, pasando de uno o dos al día en los años 80 a más de 30 diarios en 1993. Además, el lago en el cráter, que alguna vez fue un atractivo natural, había desaparecido lentamente mientras sus aguas se volvían más ácidas, un claro indicio de la actividad interna del volcán.
En los días posteriores, los expertos comenzaron a estudiar las emisiones y a recopilar datos cruciales para entender las características del magma, rico en gases y material profundo. Estas investigaciones sentaron las bases para los mapas de peligros volcánicos que hoy guían las acciones del Sistema Nacional de Protección Civil.
¿Una amenaza latente?
El Popocatépetl se encuentra en un estado de actividad considerado "normal" para un volcán activo. Sin embargo, su proximidad a ciudades densamente pobladas, como Puebla y la Ciudad de México, lo convierte en uno de los volcanes más peligrosos del mundo. Un evento eruptivo mayor podría tener consecuencias devastadoras, desde el colapso de techos por acumulación de ceniza hasta la mezcla de gases y material volcánico que amenazarían a las comunidades más cercanas.
Las autoridades mantienen vigente el Semáforo de Alerta Volcánica, que actualmente se encuentra en amarillo fase 2, indicando que no hay peligro inminente, pero se recomienda a la población mantenerse informada y preparada. Los planes de evacuación están listos, y las rutas de escape han sido reforzadas en los últimos años.