Para los mexicanos la Historia ha sido cíclica, repetitiva, asquerosamente la misma.
Decía el maestro Crane Brinton en sus conferencias en Harvard, retomando una frase inicial de Jorge Santayana, que “quien no conoce la Historia está obligado a repetirla… y el que la conoce, también”.
A doscientos años de presidencialismo, esa mismo historia la vivimos varias veces todos los días.
La sucesión de titulares del Ejecutivo Federal extraordinariamente dotados de facultades por las leyes --y aún por sobre las leyes-- ha sido un catálogo de personajes que no sólo destruyen todas sus promesas de campaña, sino cualquier vestigio del pasado, sea o no benéfico.
Todos tratan de imprimir su impronta, aunque ésta sea desechable seis años después.
Los mexicanos seguimos acudiendo a las urnas con una esperanza que tarda poco en demostrar que aquello fue una ilusión pasajera. El llamado Jefe de Estado y de Gobierno, arropado por comparsas bien pagadas de los medios de comunicación y encuestadoras hacen cada cual su parte.
Quien ocupa la Presidencia cumple con entonar cien o más veces diarias el himno nacional y continuar prometiendo el paraíso terrenal para los menesterosos cercanos y lejanos, para los favoritos y para los mancillados del reino. Hasta la conciencia crítica y los planteamientos progresistas sucumben ante tanta necedad.
Las ideas supuestamente de vanguardia se borran de las proclamas y de las soluciones, vamos, hasta de las metodologías de aborde. Hoy, por ejemplo, con Andrés Manuel López Obrador ha brillado por su ausencia, por primera vez en los últimos decenios, cualquier posición programática de transformación. El país ha quedado sin voz de alerta en medio de la mayor desgracia.
En los disminuidos gabinetes –porque AMLO lo es todo, como también lo han sido sus antecesores-- se observa una tendencia demencial a revolver las fichas, hacer la sopa, y dejar las mismas mulas, sólo que ahora anunciadas por demasiadas mentiras, ocurrencias y simulacros engañosos que lo único que persiguen es convencernos de que si no estuvieran ellos esto sería el caos.
En las posiciones estratégicas del aparato repiten y se incrustan personajes menores a quienes no puede confiarse el destino de esta Nación doscientos años engañada.
Cualquier ejercicio de integración de equipos apunta a repetir los mismos errores: sentar a los mismos firmones que no estorben, que no opaquen los fulgores del llamado Presidente.
Los líderes de las Cámaras, los ministros de la Corte de Justicia, los encargados de la economía y de las negociaciones financieras están destinados a hacer lo mismo que sus antecesores. El sistema es infranqueable, los intereses definen los parámetros.
El sistema también es impenetrable en la continuación pertinaz de los desequilibrios, en la entronización de los incapaces irredentos. En el sistema unipersonal presidencialista de los ñoños todo tendrá que funcionar igual que siempre… hasta que el cuerpo aguante.
Un Ejecutivo súper poderoso que no ata ni desata
En el país del atasque, en el punto sin retorno, en el círculo cuadrado del sistema, los funestos resultados del presidencialismo convocan a ser sensatos por única e irrepetible vez.
Que no se repita el mando de un desquiciado solitario y omnipotente a salvo del juicio popular e histórico.
Que pare la destrucción de lo que queda.
El entramado jurídico, las bases constitucionales del secular sistema dividido en tres poderes…
… el Ejecutivo dislocado…
… el Legislativo, que no sirve para maldita la cosa, más que para empinarse ante las decisiones rocambolescas y descerebradas del Ejecutivo…
… y el Judicial bajo permanente asedio…
… en ellos es que se sustenta el poder formal.
Hemos tenido presidentes tipo AMLO, cuyos gastados nervios y sistema neuronal de un ser manipulado se escabulle constantemente del escenario para descansar de las presiones internas.
Los trastornos neuropsiquiátricos, afectados constantemente en sus archivos de aprendizaje, memoria y falta congénita de reacción ante lo importante y urgente, requieren más supervisión, tanto médica como política.
Un Ejecutivo súper poderoso e inatacable, Jefe de Estado y del Gobierno que no ata ni desata. Sólo destruye implacablemente, sin saber los límites del desacato constitucional, sin tener frenos ni contrapesos que lo ayuden a, cuando menos, flotar para bien del país.
Un Ejecutivo sin el equipamiento jurídico, económico, cultural, financiero, internacional, sin los conocimientos básicos del arte/ciencia de gobernar, sin los datos duros del funcionamiento del aparato administrativo sólo puede tomar decisiones dirigidas en perjuicio de los intereses populares y de la gobernabilidad requerida.
El presidencialismo ya está desgastado
Sin asomo de pudor, de la prudencia, de la moderación y de la cordura, el presidencialismo mexicano navega entre un mar proceloso de intereses internos y de agresiones foráneas que no sabe ni de dónde vienen ni cuál es su origen: es como tratar de enseñarle un tostón a un puerco. Imposible, contra natura, desgraciadamente.
Y así francamente no se puede. Esto ya no funciona más, ni como telón para los engaños cotidianos, ni como excusa de las buenas intenciones, que no aparecen jamás en el escenario.
Se agotó el ciclo de vida de un régimen imperial con reyecito sexenal que no tiene comparación en ninguna parte de los regímenes civilizados.
Ni en el mundo de los países pobres. Aunque parezca mentira, sólo dieciocho países del mundo tienen un sistema presidencialista como el nuestro. En su gran mayoría ya le han puesto cotos, porque no sirve ni para defender los modos, las maneras, ni los símbolos elementales de cualquier país moderno.
Y aquí nos hemos soplado a lo largo de la existencia una catarata de spots publicitarios que sólo sirven para manchar las plazas y para enriquecer a los publicistas durante las campañas y el día de la jornada electoral, aunque no esté aparentemente permitido. Y de ahí para adelante, si te vi no me acuerdo.
Las promesas infames “porque lo mejor está por venir”, son las mismas para cualquier candidato ganador, llámese lucha contra la corrupción, a favor de los pobres, cero apagones, cero incrementos fiscales y de precios, combate a la delincuencia, alto al robo del presupuesto, elogios a la honradez y a la honestidad política. Hasta que llegan para hacer lo mismo, o para ser peores que quienes se fueron.
En arca abierta, cualquiera peca. El poder omnímodo se dedica al pillaje y a la depredación ante los azorados ojos del mundo. Siempre ha sido igual. Y hoy no tiene por qué ser diferente. Menos, cuando quien lo ejerce viene de donde viene. Imposible pedirle peras al olmo. El presidencialismo bribón e ignorante es el único resultado posible.
En la guerra postelectoral que se avecina, todos saldremos perjudicados.
Indicios
La Patria, que es el conjunto de ciudadanos de un país velando por el bienestar de todos y cada uno de ellos independientemente de su raza, sexo, religión, ideología o ingresos, formó ayer largas filas ante las casillas electorales para ir a depositar su voto. Es la grandeza del patriotismo, de la Patria, que se construye superficialmente con banderas, pero realmente con impuestos que permitan a todos sus miembros ser atendidos en el dolor, la enfermedad o la vejez con idénticos medios y por los mejores profesionales. ¡Por eso fue por lo que ayer votamos! * * * Y por hoy es todo. Reconozco que haya leído este texto hasta estas líneas. Como siempre, además, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
(*) “Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí” es la inscripción sobre la puerta del infierno, en la obra de Dante Alighieri
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