Ya en la víspera del Día de Muertos, como es debido, en los panteones se ha vuelto evidente la afluencia de gente que se da cita para visitar las tumbas de aquellos seres queridos que abandonaron el plano terrenal. Cualquier persona que haya tenido la oportunidad de ingresar a uno de estos camposantos se ha dado cuenta de que ahí son evidentes las diferencias entre unas lápidas y otras.
Cuando estamos en vida son más que marcadas las diferencias socioeconómicas que hay entre las personas, aunque esto es algo que no se borra cuando morimos, ya que los espacios destinados al descanso eterno también son muy diferentes. En Puebla, sitios como el Panteón Municipal y el Panteón de La Piedad sirven como evidencia de que, incluso muertos, el trato hacia los humanos es diametralmente opuesto dependiendo de su capacidad económica.
Prácticamente desde cualquier espacio se puede ver cómo los grandes mausoleos conviven con las tumbas que apenas cuentan con una cruz que sirve para identificarlas, aunque claramente estas últimas lucen completamente abandonadas y sin un decoro significativo. Son estas últimas las que se aprecian totalmente abandonadas y, en apariencia, son las que no reciben flor alguna de sus familiares, ya sea porque también han muerto, o bien, porque han perdido el interés en visitarlos.
En el Panteón Municipal, por ejemplo, hay más de 33,000 tumbas que se colocaron desde su fundación en 1880 y al menos 300 están catalogadas como monumentos históricos de acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); no obstante, es fácil apreciar que muchas, principalmente las más antiguas, fueron hechas por personas con los recursos suficientes para construir grandes mausoleos. En estos se albergan principalmente familias o grupos de personas, aunque hay algunas que solo albergan los restos de matrimonios o un individuo.
La mayoría de estos mausoleos fueron construidos casi cuando entró en funciones el cementerio, ya que son los que se encuentran en las primeras secciones, las que se ocuparon al inicio. Desde mediados de 1990 el panteón ya no da lugar a inhumaciones a perpetuidad, es decir, los restos sólo pueden permanecer ahí por un periodo de 14 años.
Pasado ese tiempo, las personas pueden optar por exhumar las tumbas de sus seres queridos y llevarlas a otro camposanto, o cremarlos y conservar las cenizas. Por estas mismas razones ya no es posible que la gente construya mausoleos en este recinto.
Quizá la más llamativa es una de las más grandes y que está casi en la entrada, donde se aprecia una construcción de varios metros de altura que guarda los restos de dos mujeres fallecidas entre 1869 y 1880. Al igual que esta, hay muchas otras que lucen como si de una capilla se tratara, pues se les nota una arquitectura propia de su época, aunque algunas ya con notable deterioro.
No hace falta recorrer mucho para notar los contrastes, ya que junto a las grandes construcciones se aprecian pequeños bultos de tierra con cruces de metal apenas perceptibles, ya sin ningún indicio o nombre de quién yace ahí. Como era de esperarse, en esta temporada muchas están solitarias sin flores ni nadie que las visite, inclusive con basura encima de ellas.
Aunado a esto hay otras que sí tienen las respectivas criptas de mármol o cemento, aunque muchas de estas también ya están en un estado deplorable, rotas o invadidas por la hierba que ahí florece. Hoy en día incluso es notable que hay fosas compartidas, donde las personas de escasos recursos pueden llevar a sus familiares y enterrarlos luego de hacerles estudio socioeconómico.
Por su parte, el Panteón de La Piedad es otro en donde convergen las grandes capillas y construcciones que albergan a numerosos restos y los espacios en los que apenas y se distingue donde hay un individuo enterrado. A diferencia del Municipal, aquí todavía se puede enterrar a una persona a perpetuidad, aunque el simple hecho de traer unos restos humanos es algo poco accesible para la mayoría.
Este fue fundado en 1840 y en él se ven tan solo al entrar las edificaciones que albergan a diez u ocho cuerpos en un mismo espacio, una práctica que dejó de ser común, pero que aún no está permitida. Una fosa aquí tiene un costo de 22,790 pesos y, quien lo desee, puede construir un mausoleo de la forma que guste, solo tramitando un permiso de construcción de 20 días cuyo costo es de 830 pesos.
Ahí se pueden ver capillas con familias enteras y unos metros adelante se observan espacios que apenas tienen montones de tierra distinguibles en los que hay cuerpos del siglo XIX. Al igual que en el panteón municipal, estos lucen completamente abandonados sin flores y comidos por el paso del tiempo.
La norma para La Piedad son las tumbas de un tamaño de 1.25 por 2.50 metros que solo tienen encima las criptas de mármol, aunque también se notan grandes capillas. Los trabajadores de este lugar relatan que es una práctica que todavía se permite, pero está limitada a la disponibilidad del espacio, ya que si alrededor hay otras fosas no se permitirá una construcción que las invada, privilegiando el respeto a todos los que ahí buscan el descanso eterno.
Algo que también es notable en esta separación de clases incluso después de la muerte es que hay tumbas de niños con gran decoro justo a un lado de las fosas descuidadas de adultos que fallecieron por una separación de pocos años.