Enfundada en unos modernos jeans de vestir, saco con blusa veraniega y balerina en el cabello, tuve la oportunidad de entrevistar a la Divina y Eterna Elsa Aguirre, en su casa de Cuernavaca, Morelos. El nerviosismo de estar tan cerca de una leyenda del Cine de Oro Mexicano, pero sobre todo, el hecho de escuchar de viva voz sus andanzas en el séptimo arte, su vida, sus pasiones, hicieron que esas horas que me dedicó se escurrieran como agua entre los dedos.
De entrada, mi primera impresión. Elsa Aguirre es un ser humano amable, humilde, que despierta confianza inmediata. Ella cumplió este 25 de septiembre 93 años y sin embargo, es una hermosa mujer, de piel impecable y voz firme, en un tono bajo que raya en lo sensual. Elsa se revela como una mujer inteligente, con una memoria asombrosa, que lo mismo rememora sus andanzas en el séptimo arte, que recita poemas realizados por ella misma en su temprana adolescencia. Cito textual uno de ellos:
“Desde esa noche que solo una estrella brillaba en el cielo y la única en saber que por primera vez he dicho: Te quiero, ha hecho que nazca en mí algo supremo, en dicha incontenible decir a cada instante, te quiero, te quiero. Y ahora que, la vuelvo a mirar, casi me ciega los ojos, es tan inmenso su brillar, como inmenso brillará mi amor ante tus ojos. Sí supieras oh estrella lo que me haces soñar, nunca quisiera del sueño despertar.”
Mi segunda impresión, ¿cómo un ser humano logra conseguir esta eterna juventud? A lo largo de la plática descubro a una Elsa activa y sana que ha vivido realizando más de 60 años la técnica milenaria del Yoga. No solo como una actividad física, sino como un estilo de vida de la cual es promotora incansable, digna heredera de la Era de Acuario.
Esa niña, casi mujer, que a los trece años sufrió de la Fiebre de Malta, de la cual logró salir victoriosa para a los catorce años de edad ganar un concurso de belleza organizada por una productora cinematográfica la cual la lanzo a la fama; se presenta ante mí, como una mujer que, sin atisbo alguno de vanidad, atribuye sus dones en las artes escénicas al hecho de que, como ella lo menciona: “Yo no actuaba, yo vivía las películas”.
Con más de 40 largometrajes, novelas, series y obras de teatro en su haber, quien puede presumir que vivió y se enamoró perdidamente de hombres como: Jorge Negrete, Pedro Infante, Arturo de Córdova, Ignacio López Tarso, entre tantos otros más, y que con ellos transitó por las más grandes historias dentro del celuloide mexicano: solamente Elsa Aguirre.
México le debe mucho a esta gran estrella del cine. La reivindicación de la profesión del actor es un tema de actual trascendencia y como sociedad deberíamos pugnar por una cultura del agradecimiento. En particular, con aquellos artistas y profesionales que pertenecieron a la Época de Oro del Cine Mexicano, algunos de ellos aún vigentes y entre nosotros.
Cabe recordar que, parte de la construcción de la etérea identidad de la nación mexicana y de la mexicanidad, que nos diferencia ante el mundo, comenzó en la década de los 20 del siglo pasado, cuando la educación y las artes resultaron esenciales en los planes nacionalistas de personajes como José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública de aquella época y los grandes exponentes del arte, como Diego Rivera, quienes buscaban darle un sello a la excipiente nación posrevolucionaria.
Ahí es donde radica la importancia y la contribución de toda esa pléyade de artistas, directores, fotógrafos, tramoyistas que participaron en la producción y distribución de películas particularmente en las décadas de los 40 y 50 en nuestro país.
Hoy en día, cuando se piensa en “lo mexicano”, lo primero que viene a la mente son esos motivos recreados por la cinematografía de la Época de Oro del Cine, como el campo, el charro, las adelitas, la música ranchera y fueron esas mismas narrativas del celuloide nacional, las cuales consolidaron en el imaginario social los sueños nacionalistas de Rivera y de Vasconcelos y donde se terminó de consolidar una identidad como país.
La Divina y Eterna Elsa Aguirre cumple 93 años. Justo es, señores y señoras encargados de la cultura en México, que se organicen todos los reconocimientos posibles para celebrar en vida su trayectoria, sus enseñanzas y el ejemplo de cómo una gran mujer puede, incluso, detener el tiempo.