Gracias a las redes sociales, millones de personas hemos podido vender, conocer, amar, pero sobre todo aprender. Es un hecho innegable que las redes sociales son nuestras fieles acompañantes en la rutina diaria.
Desde la selfie de los buenos días, la última noticia en tendencia y hasta recomendaciones de la cultura pop, estas plataformas permiten que estemos conectados en tan solo un par de movimientos. Sin embargo, justo ese vuelco silencioso pero sepulcral ha provocado que surjan más problemas y, por tanto, más preocupaciones sobre el impacto que tienen las redes sociales y el espíritu de la regulación.
Hace un par de columnas atrás, hablamos acerca del cómo antes las comunidades en línea se regulaban por sí mismas, generando a partir del sentimiento de pertenencia, reglas y escudos protectores desde el principio que buscaban garantizar al menos un nivel mínimo de cordialidad y buenas maneras, cosa que parece haberse perdido y que tiene un impacto directo en la psique de niñas, niños y adolescentes.
Regular las redes sociales siempre será un tema polémico. Por un lado, expertos argumentan que son las propias empresas de redes sociales quienes deben regularse para evitar la censura de los gobiernos y así proteger la libertad de expresión. Por otro lado, se estima que la intervención gubernamental es prioritaria y necesaria para garantizar que usuarias y usuarios cuenten con seguridad en línea, protegiendo así a comunidades vulnerables.
Como en otros tópicos, la respuesta a la regulación no es sencilla, única o contundente, pero creo que deben realizarse esfuerzos desde la iniciativa privada de este sector y las autoridades. Las empresas tecnológicas tienen la responsabilidad de garantizar la seguridad en sus propias plataformas, evitando situaciones lamentables como el acoso, las noticias falsas y la desinformación, por citar los más importantes.
El rol de las autoridades tendría que enfocarse en garantizar que las empresas cumplan con el mínimo de la ética y la legalidad, atacando temas que hoy en día no son tan comunes, como la publicidad engañosa o el impulso de la desinformación.
Como en casi todos los ámbitos de la sociedad que aspira a ser democrática, la regulación debería ser un esfuerzo colaborativo y transparente, en donde se dejen claras las barreras y ámbitos de acción con la suficiente capacidad de adaptarse a situaciones de cambio.
La prevención y el desarrollo del sentido común, como consumidores hoy, son fundamentales también, independientemente de lo que puedan o no hacer las empresas tecnológicas y los gobiernos.
Participemos en la construcción activa de un internet digno que permita el desarrollo de mejores condiciones para todas y todos.
Sígueme en twitter como @carlosavm_