Estamos a tan sólo un par de días de que ruede el balón en tierras Qataríes y el mundo se prepara para voltear a ver un país que, aunque territorialmente es minúsculo, su influencia en el mundo gigantesca, y va desde su poder de decisión en la industria petrolera (en donde son uno de los jugadores más importantes en el tablero internacional), hasta en cuestión de moda (si no miremos cuánto dinero qatarí se inyecta a esta industria anualmente).
Para las personas que no sean asiduas y amen el futbol, probablemente este “llamado a misa” mundial pase desapercibido pues “es un juego más”, sin embargo, el mundial es ese momento en donde literalmente el mundo se detiene a ver un balón rodar, o al menos 1,120 millones de personas que disfrutaron ver la final del mundial pasado celebrado en Rusia en el año 2018.
A pesar de lo anterior, Qatar ha sido y es un mundial que es muy raro.
Un país que no cuenta con una tradición de fútbol, un país de contrastes en donde por lado viven la bonanza por la extracción de petróleo y gas natural, pero por el otro viven un contexto en donde sistemáticamente se vulneran los derechos humanos, un país en donde quienes fungen como sus “embajadores de marca” por el mundo atacan sistemáticamente a la comunidad LGBT y un sin fin de situaciones que hacen ver a Qatar como una elección rara para albergar la fiesta de futbol.
Sin embargo, si recordamos aquel fatídico 2010, cuando dirigentes como Joseph Blatter, Michel Platini y Jack Warner le hicieran segunda a la postulación de Qatar como sede del mundial del 2022, muchos en aquel momento no prestamos atención a todas las implicaciones que esto tendría, es más, hasta los propios dirigentes de la FIFA en los informes internos veían la postulación como un peligro inminente.
Un país sumamente caliente, que no contaba ni con infraestructura ni con población para construir los estadios y literalmente tuvieron que importar mano de obra, con tal de decirle al mundo ¡Estamos listos para esta fiesta!
Un mundial en invierno, que además en muchos lugares del planeta, como México, es cada vez más restringido poder disfrutar los juegos en vivo por la voracidad de las empresas por sacar raja hasta del más minúsculo espacio de todo lo relacionado con ver rodar al balón.
A pesar de ser uno de los años más insólitos para “ver a veintidós personas corriendo tras un balón”, hoy estoy listo para al menos olvidarme por 90 minutos de la inflación en el mundo, de la destrucción de las cadenas de suministros, del escalamiento del conflicto armado entre Ucrania y Rusia, del calentamiento global y del resto de calamidades que poco a poco acaban con la tranquilidad mundial.
Por el bien del balón, espero que sea una fiesta de goles en donde se construyen historias legendarias en el campo de juego y no pase a ser el mundial que empezó mal y terminó mal, como dicta el refrán, por las acusaciones detrás de la selección de este país como sede del mundial 2022.
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