Desde pequeño, en las aulas, en casa y en todo espacio público he escuchado del transporte público como la solución de movilidad en el entorno urbano, siempre empujada esta idea por 3 razones: la preservación del medioambiente, la optimización de recursos y evitar el tráfico. Sin embargo, por primera vez estoy considerando tener un automóvil.
Recientemente, por las festividades del día de muertos, para romper la rutina en casa decidimos ir al Centro de las Artes de San Agustín (CaSa) ubicado en el municipio de San Agustín Etla. Dicha localidad se encuentra a alrededor de 23 kilómetros de distancia, por lo cual habría que utilizar “la vieja confiable” taxis foráneos, los cuales se encargan de transportar desde la capital del estado a la gran mayoría de localidades de la zona metropolitana.
Con los lentes de sol, pero sin bloqueador, acudimos a la base de taxis para buscar transporte, sin embargo, algo que no se previó es que al ser “Día grande”, 2 de noviembre, el flujo de unidades era mínimo. Lo peor vendría al retorno, luego del paseo, no había transporte de regreso, hubo que caminar y si no es por una familia que nos dio ride, el camino a casa hubiese tomado más tiempo.
Por lo anterior, la idea de un automóvil empezó a rondar mi mente, sin embargo, caí en cuenta de algo importante: ¿Será que el pésimo servicio de transporte que se nos ofrece es lo que promueve la compra al por mayor de unidades de motor?
Para muestra un botón, en Oaxaca, el estado en donde radico, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) hay 892,937 unidades de vehículos para 4’132,148 habitantes, es decir, por cada automóvil corresponden 5 personas. Sin embargo, cabe hacer la aclaración que esta cantidad de automóviles se refiere a vehículos particulares, oficiales, transporte público, camiones y motocicletas.
La interrogante que planteo en párrafos anteriores ha sido desarrollada por el Instituto de Políticas para el Transporte y Desarrollo México, el cual indica que el crecimiento desmedido de la flota vehicular ha sido impulsado por el enfoque de políticas públicas que promueven el uso, adquisición y aprovechamiento del automóvil particular, lo cual estigmatiza el uso de medios de transporte alternativos, como la bicicleta, y reduce la opciones de servicios de transporte a quienes no son dueños de automóviles.
La “vieja confiable” de las decisiones de políticas públicas es “si el estado no puede, que lo haga el mercado”, pero ahora parece que ni siquiera eso. Al menos en Oaxaca, con el aumento del 24% del precio del pasaje en la ciudad de Oaxaca de Juárez, el pésimo estado de unidades de transporte, las casi nulas ciclovías y la poca alternativa de transporte entre municipios, pareciera que todo mi entorno me grita “es tiempo de un coche”.
Sin embargo, cuando uno se detiene a ver que de acuerdo con el índice Global Inrix de 2018 Oaxaca fue la ciudad con la velocidad promedio más lenta en el mundo en horas pico, con 5.9 kilómetros por hora, cuando el promedio del resto de ciudades se ubica en 14.4 kilómetros por hora, pongo en duda si un automóvil es la solución. Literalmente la velocidad promedio de este análisis es similar a la de ir caminando.
Hoy solo queda esperar a que las quemaduras que el sol por caminar casi 3 horas a la intemperie sanen y que en algún momento se empiecen a considerar opciones alternas al automóvil, que sean amigables con el medioambiente, que sean justas equitativas y que respondan a un ánimo por mejorar a la sociedad actual.
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