Hace ya muchos ayeres, cuando tenía la tierna edad de 21 años, hice un viaje con mi familia al Puerto de Veracruz. La verdad no recuerdo si el motivo era el Carnaval o simplemente fuimos por un tradicional “veracruzazo” de fin de semana.
En fin, después de pasear por el Malecón caminamos hacia nuestro carro y apenas mi señor padre encendió el vehículo, un par de jarochos -incluido un viene-viene- comenzaron a gritar: “¡Adiós, preciosos!”. Acto que contagió a otros veracruzanos que lanzaban esa expresión conforme avanzaba nuestro carro.
Por fuera esbocé una tímida sonrisa (por dentro les menté la madre)
Y es que fue una vergüenza que a los poblanos ya nos reconocieran por ese amargo pasaje protagonizado por el hoy convicto Mario Plutarco, vergüenza que nos siguió a los poblanos por muchos años, pues no había lugar donde no se hablara del “góber precioso”.
Esa vergüenza se presentaría nuevamente si un juez de Quintana Roo determina liberar a Mario Plutarco, pues toda la burla recibida por los poblanos gracias a las estupideces de este señor que se sentía “Dios en el poder” regresaría, ya que el sinvergüenza más grande de Puebla no tendría justo castigo.
Por eso está en lo cierto el gobernador Luis Miguel Barbosa, quien dijo que sería consentir un pasado nefasto de un señor que solo merece el rechazo y el desdén de los poblanos.
Si es que se comete la tontería de liberar a Mario Plutarco, ojalá y en Puebla ya se tenga preparada una investigación en su contra, pues el señor Plutarco tiene la cola muy larga y seguramente hay mucha tela de donde cortar en su amplio historial de ilegalidad.
Solo necesitamos voltear a ver en lo que han terminado los principales compadres marinistas de Mario Plutarco, uno de ellos comprobado asesino, como para darnos cuenta que el “góber precioso” tiene mucho que responder ante la justicia.