A veces, Andrés Manuel López Obrador cree ser Francisco I. Madero, sobre todo cuando dice que no se reelegirá. No al menos personalmente. A lo mejor, sí, a través de interpósita persona.
Otras, la reencarnación de Benito Juárez.
Y ahora ha anunciado que el próximo 16 de septiembre se investirá de Miguel Hidalgo y Costilla.
Con las Fuerzas Armadas en el coro –por el desfile militar conmemorativo-- hará un llamamiento a defender la soberanía y, casi casi, a iniciar otra guerra que nos independice del Imperio.
¿Se imagina usted lo que sus enardecidas palabras pueden provocar entre sus fanáticos?
¿Encenderán antorchas y se dirigirán a la embajada estadounidense para incendiarla como Pípilas de la 4T?
¿Amurallarán los chairos los edificios sede de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad para impedir que las pisen botas extranjeras?
¿Y los amlovers retirarán sus ahorros y cerrarán sus cuentas en los bancos con matriz en Estados Unidos y en Canadá?
¿Cuántos de ellos van a cancelar su viaje a Orlando o a Nueva York, pagados mes a mes con los dineros que “les regala el señor Presidente”?
López Obrador ha anunciado la celebración de un acto irresponsable.
I-rres-pon-sa-ble, sí.
Porque, según su desleal saber y no alcanzar a entender, el renegociado Tratado de Libre Comercio firmado con tanto júbilo por él, al lado de Donald Trump y de Justin Trudeau, atenta contra la soberanía del país que tiene derecho a modificar sus leyes de acuerdo no a la conveniencia de los mexicanos, sino del titular del Ejecutivo en turno.
Pero no es eso lo que está a discusión por parte de las autoridades comerciales de los dos países al norte de nuestras fronteras.
Lo que los gobiernos de esos dos países reclaman es que el aquí llamado T-MEC obliga a las tres naciones a brindar igualdad de oportunidades y de negocios a los emprendedores de la región de América del Norte.
Y AMLO no ha respetado eso precisamente que él firmó.
¿Burlado o no entendió?
Por su escasa preparación académica, amén de que le da flojera leer documentos, AMLO se confió en lo que le dijeron tres de los miembros de su equipo, cuando menos:
Para empezar, Jesús Seade Kuri a quien el mismo López Obrador envió a que se sumara a los negociadores que representaban a Enrique Peña Nieto, los impresentables Luis Videgaray e Ildefonso Guajardo, entre otros. Tan satisfecho estuvo el ocupante de Palacio Nacional que le toleró, durante varios meses, que se fuera a alcanzar a su familia que vive en Hong Kong y luego, como premio, hasta lo hizo su embajador en China.
Una de dos, Seade engañó al Presidente de la República. O éste, de plano, no entendió ni jota.
Luego, quien entonces fungía como secretaria de Economía, Graciela Márquez, a la que también premió dándole la presidencia del INEGI… pasándose por el arco de los aguacates al personal directivo que tenía merecimientos, mientras que ella no reunía los requisitos para ocupar el cargo.
Una de dos, otra vez. O Márquez engañó a AMLO. O éste, de plano, no supo ni cual era lo o, por lo redonda.
Y last but not least –como dicen los gringos: al último, pero no por ser el último-- el todavía canciller –ahora también “corcholata”-- Marcelo Ebrard que, se supone, debió estar pendiente de las negociaciones y, por supuesto, enterado a fondo de ellas.
¿Le explicó a AMLO el contenido del renegociado Tratado? ¿De plano el tepetiteco no le entendió?
Estamos a punto de ver como se inflama –más aún-- el espíritu patriotero de López Obrador.
Y lo peor: que está calentando a los fanáticos, chairos y/o amlovers.
Ojalá no terminemos presenciando una tragedia.
O siendo víctima de ella.
¿No cree usted?