La campaña electoral ya comenzó. O al menos es lo que ha dejado de manifiesto el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Esta lucha de lodo que terminará el 6 de junio arrancó en poco más de 300 pueblos marginados del país, donde el ocupante de Palacio Nacional quiere erigirse como el presidente más “humanista” de la historia.
Y la bandera política es la vacuna contra el COVID-19.
Sí, así de grotesca es esta campaña electoral, donde se juega con la salud de miles de mexicanos que pasan momentos difíciles por el coronavirus.
En algo que no se entiende, López Obrador consideró que es prioritario vacunar primero a los adultos mayores de poblaciones alejadas de las grandes urbes. Sí, amable lector, esas donde el COVID-19 no ha llegado con fuerza.
Para el mandatario es menos importante que se vacune a los adultos mayores de las grandes urbes, esas que están a punto del colapso hospitalario y donde diariamente mueren miles de abuelitos a causa de este virus.
Piensa mal y acertarás, dice el clásico.
Inocular a la población de estas zonas marginadas y alejadas solo parece tener un objetivo y no es el de la salud. Es algo totalmente electorero.
Es un hecho que la popularidad de López Obrador en las grandes ciudades no es buena, por lo que el voto de las poblaciones indígenas, marginadas y pobres son en estos momentos un tesoro que se debe guardar.
“Primero los pobres”, bien decía el eslogan de campaña del mesías tropical.
Y al diablo con la crisis de salud en las ciudades que concentran el mayor número de casos de COVID-19. Los votos, en un país donde hasta los muertos votan, son más importantes que la misma vida.
No se confunda, amable lector, quien escribe esta columna no está en contra de que se atienda a la población marginada, ojalá siempre fuera así.
Lo que está claro es que la estrategia de vacunación del señor López es, como todo en la 4T, populista y con alto grado electorero.