Cuenta la leyenda que entre los míticos charlatanes parisinos estuvo el doctor Tabarin, Antoine Girard, actor y mago, quien llegó a disponer de un escenario fijo en la place Dauphin, y cuya frase final era –según relataba el fabulista Samaniego-- "si cualquiera de ustedes se arroja de un tejar descostillado, yo me reiré muy bien: me importa un pito".
La historia relata que en 1789 llegó a México Rafael Juan de Meraulyock, y como su apellido era impronunciable todo quedó en "señor Merolico". En torno suyo suscitaba tumultos de gente que lo mismo le pedían que les sacara una muela o que los curara de sordera con alguno de los múltiples remedios que traía en la maleta.
Para unos era un milagro, para otros representaba la revolución científica, el dominio de la física y la química, y el triunfo del magnetismo. Varios más decían que no era sino un charlatán, un sinvergüenza, un ladrón y un estafador. Inmediatamente comenzaron a surgir imitadores, esto fue en la Plaza del Seminario, a un costado de la Catedral.
Un charlatán, en su acepción de embaucador, es aquel que con su discurso persigue la venta, muchas veces fraudulenta, de algún tipo de producto, remedio, elixir… o ideología.
Charlatanes y merolicos han gobernado al país los últimos años
Casi toda la historia moderna de México ha sido como una pasarela donde han desfilado por el sillón presidencial una caterva de merolicos ufanándose de haber descubierto el hilo negro sobre el modelo de desarrollo nacional. En el mejor de los casos han resultado trasegadores vulgares.
Nos han elegido el territorio del embuste. Llegan acompañados de los saqueadores para vendernos sus espejitos a cambio de oro. Economistas, financieros, conclapaches y mercachifles de toda ralea llegan diciendo que tienen la fórmula mágica para sacarnos del atolladero y del marasmo.
Los denodados esfuerzos mentales de los presidentillos, desvalidos merolicos del uso ilegal e ilegítimo del poder, pasan directo al cajón de la basura, como al caño de un país hambriento y engañado en grado sumo. Las míticas materias de los encargados de despacho truenan irremediablemente.
La política económica, energética, industrial, comercial, agropecuaria, monetaria, laboral y social valen lo que se le unta al queso, después de observar las gráficas impresas en media cuartilla de una hoja cualquiera de papel en blanco. Un logro indiscutible del chantaje y de la corrupción.
Puras ocurrencias hemos visto desfilar los últimos ochenta años
Pero la opinión pública sabe que cualquier colección de errores, cualquier exceso que como país hayamos vivido en el pasado, cualquier fracaso rotundo se queda corto frente a lo que sucede en México en estos momentos. Es oligofrénico, descomunal, atrabiliario.
Nuestro país está siendo devorado, en los centros de decisión política, económica, financiera, cultural y social, por una casta depredadora, por reptilianos desbocados, execrables en términos del sentimiento popular. Estamos ya por abajo de casi todos los países subsaharianos que hasta hace pocos años eran pueblitos de tribus nómadas.
El catálogo de zarandajas, parte de la retórica oficial impune, incluye frases que en los últimos ochenta años se han hecho célebres por lo ridículas: el desarrollo estabilizador, la marcha al mar, los presidentes obreristas o agraristas, el reparto de tierras, las fuerzas vivas, el guadalupanismo triunfante...
... el Ejército salido del pueblo, la unidad nacional, el administrar la abundancia, la solución somos todos, él si de verdad sabe cómo hacerlo, la renovación moral de la sociedad, las reformas estructurales, el gobierno del cambio, la transición democrática, la lucha contra el populismo...
... el déficit fiscal cero, el presupuesto base cero, el mover a México, el lo bueno es sólo lo que cuenta, la imposible unidad del frente ciudadano de partidos políticos, el yo mero, y tantas otras ocurrencias que hemos visto desfilar los últimos ochenta años, como una especie de lápida sellada a cal y canto que ha obstruido la visión de los mexicanos, su identidad y su orgullo propio.
Corrupción, represión, intolerancia, por la despolitización popular
El enemigo común de las arengas, de esa retórica de huarache, de esas convocatorias demagógicas de los gobiernos y de los candidatos en turno, era el pueblo mexicano, su vocación libertaria, su esperanza en el cambio verdadero.
En lugar de ello, los grandes monumentos a la corrupción, a la represión, a la intolerancia y a la miseria han sido erigidos sobre la despolitización y la desinformación del colectivo, subyugado, amenazado y exterminado. Llegamos a saber que las supuestas filantropías gubernamentales, las actitudes tiránicas y represivas no podían sostenerse en la placidez de las conciencias.
Creímos que tocaba a su fin el repertorio falaz de arengas, lemas, mitos extravagantes sin escrúpulos que habían sido usados como armas letales de destrucción masiva, simples comparsas de vaciedades retóricas, pasto de consignas insulsas y agresiones al pueblo, hasta que nos llegaron las peores, las que de verdad pegaron en el cañuto del sistema y del pueblo.
Lo que sucede hoy, demasiado burdo para dejarlo pasar inadvertido
Las anteriores ocurrencias, las del pripanismo, quedaron como juegos de niños. Eran banderas de divertimento político que no pasaron de ser promesas incumplidas y errores sustanciales que nos costaron sangre y lágrimas frente al concierto internacional. Lo de ahora no tiene comparación. Es demasiado burdo y atentatorio para dejarlo pasar inadvertido.
Con sólo mencionar el aplanamos la curva de la pandemia, las vacunas serán de aplicación universal, la honestidad valiente, primero los pobres y los culpables son todos los que estuvieron antes, sería suficiente. Pero no. Aligerar la carga de los envíos de los migrantes, abriendo la caja de caudales del Banco de México para poder convertir todos los dólares a pesos...
… y quedarnos con todo lo que esté mal acomodado, sin importar el daño al país, rebasa todo lo imaginable. Nos deja a merced de cualquier potencia y de cualquier mercenario que quiera cobrarse la hipoteca de los créditos externos a su manera. Todo por la ambición de dinero y de poder político reeleccionista.
Todo es propio de charlatanes, sinvergüenzas, estafadores y ladrones en descampado. No es retórica, es crimen.
¿No cree usted?