En 2021 chocarán dos estrategias electorales distintas: el PAN, PRD y el PRI unirán fuerzas en una narrativa de unión contra un gólem político, el presidente Andrés Manuel López Obrador, aunque en la realidad esto solo representa la fusión de estructuras electorales.
Por otro lado, en lo mediático, Morena buscará evidenciar la corrupción de la mafia del poder. Los candidatos de este partido o coalición contarán con el apoyo de Santiago Nieto para, justamente, mostrar esa corrupción en la forma de detenciones.
¿Qué estrategia influirá más en la decisión del ciudadano para la próxima elección? ¿Será la participación lo suficientemente baja como para que las estructuras de los partidos combinados ganen los comicios? ¿O las escandalosas detenciones causarán que los electores no apoyen al PRIAN representado en Sí por México? Analicemos.
Es un axioma, al parecer, señalar que la participación de votantes en 2018 no ocurrirá nuevamente. Así, se regresará a cifras que van del 42 al 48 por ciento de la participación en el listado nominal.
Si este porcentaje se considera 100 por ciento, la movilización de estructuras contará entre 60 o 70 por ciento dependiendo de la participación ciudadana. Los líderes de los partidos políticos calculan que esta fusión de estructuras garantizaría triunfos tras un detallado análisis de la participación electoral por secciones y distritos.
Pero acá viene el problema de esta estrategia únicamente territorial: no necesariamente la suma de estructuras es aritmética. En diversas colonias, barrios o juntas auxiliares de la ciudad de Puebla -solo por poner el ejemplo de una demarcación-, los líderes que mueven a los votantes no apoyarán candidaturas comunes si antes no se garantizan apoyos.
Es decir, los líderes que movilizan a los simpatizantes tendrán que dialogar o con la gente del PAN o del PRD o del PRI “¿y quién nos cumplirá?”, se preguntarán. Es más difícil establecer compromisos cuando son tantos partidos los que van en la boleta. Hará falta un gran acuerdo que será difícil de revisar o seguir.
Además, una mega coalición generará divisiones, pues no todos los aspirantes a regidores -nuevamente, como ejemplo- ingresarán a la planilla, pues habría de cubrirse la cuota de los partidos coligados. Con ello, necesariamente, habrá una merma en la operación de tierra en la campaña.
Así, aunque parece sumamente sólida esta estrategia, sus fallos radican en la revisión de los liderazgos por partido y la inclusión de los mismos con la intención de no minar la suma que haría entre sí estas estructuras.
Por otro lado, está la estrategia de Morena. Todo apunta a que el presidente López Obrador está buscando que ocurran escándalos por las detenciones de distintos exfuncionarios de los sexenios pasados. Esa es la principal razón por la que Santiago Nieto no se convirtió en candidato a gobernador de Querétaro. López Obrador lo necesita.
Y lo necesita porque a través de la Unidad de Inteligencia Financiera buscará evidenciar los tratos sucios cometidos por los “integrantes de la mafia del poder”. En la narrativa que López Obrador quiere establecer, los mexicanos no sufragarán por la corrupción representada por esta mega alianza.
Pero también esta estrategia tiene un defecto: que si en lugar de incentivar la participación ciudadana para combatir los corruptos lo que sucede es que los electores se desencantan de la política y no participan. ¿No contribuiría aquello con el fortalecimiento de una elección de estructuras?
A Morena no le conviene que la elección del próximo año se convierta en una elección de estructuras, porque en el breve tiempo que lleva en el poder, sus cuadros de partido desconocen cómo funciona ese sistema y en una confrontación de este tipo llevan las de perder.
Así, la elección del próximo año no solo es una lucha de la oposición contra el presidente Andrés Manuel López Obrador, también es una confrontación entre dos estrategias: la mediática llevada por Morena y la de estructuras empujada por la mega alianza. De la victoria pende el futuro del presidente, y él lo sabe. Por ello un error se pagará caro, pero lo pagará el mandatario federal.