Sí, me gustó El Irlandés, pero no es lo mejor de Martin Scorsese. Pero como está en Netflix y aún no quiero abandonar el confinamiento que me permite permanecer lejos de la COVID-19, déjame te cuento qué me pareció, iniciando por un saber poco conocido: la última cinta del cineasta parece la conclusión de una tetralogía de libros, en este caso, películas del crimen y el poder.
Se echaba de menos al Scorsese de las historias épicas y violentas sobre tipos malos y duros afrontando sus decisiones y (o siendo incapaces de hacerlo) después de una temporada explorando otras obsesiones cinéfilas con diferente fortuna. Sin entrar en si Sutther Island (2010) o Silencio (Silence, 2016) están entre lo mejor o no de su filmografía, la carrera del neoyorquino empezaba a dejar un hueco demasiado visible para una pieza final a la altura.
Si no contamos Calles Peligrosas (Mean Streets, 1973) como una de sus obras épicas sobre el mundo del crimen — al fin y al cabo no llega a las dos horas— se puede establecer una línea formal y temática más férrea entre El Irlandés (The Irishman, 2019), Buenos Muchachos (Goodfellas, 1989) y Casino (1995). Entre las tres hacen un fresco de los distintos niveles hasta dónde puede llegar el poder del hampa, los hilos del crimen organizado y cómo su historia dialoga con las distintas facetas de la historia americana.
Si Calles Peligrosas, retirada por cierto del catálogo de Netflix, explora el terreno más raso, el mundo de los peones y los jóvenes delincuentes de poca monta que hacen trabajos para mafiosos italianos, en El Irlandés llegamos hasta la influencia sobre la política, los sindicatos y los mismísimos dirigentes del estado. Por el camino tenemos el paso del contrabando y el pequeño impuesto por protección a negocios hasta la llegada de la droga, la organización del juego a lo grande y sus primeras conexiones con senadores y políticos.
Pero mientras en Casino se mostraba que dar la paliza equivocada podía llevar a tu destitución por los poderes fácticos, en El Irlandés nos muestra que ni el mismísimo presidente de los Estados Unidos está a salvo de las guerras e influencias del crimen organizado. Todo lo que cuenta la última película de Scorsese es fascinante, funciona como punto final de su trilogía (o tetralogía) de una manera digna, sólida y satisfactoria para todos los amantes de su cine.
El último capítulo nos muestra que, aunque acaben en la cárcel, algunos de estos criminales no acaban como la mayoría de la pandilla de Buenos Muchachos, en camiones de basura o acribillados, sino que pasan sus condenas y disfrutan de su pensión de sangre. Scorsese nos plantea la situación enfrentando la vejez a la conciencia, en un tramo amargo que conecta con la rama de valores morales humanistas que dejan las lecturas de muchas de sus obras. Sin embargo, a pesar de ser una obra notable, El Irlandés no está a la altura de los filmes de marras.
Sin ánimo de polemizar, y hablando desde la mirada atónita ante la capacidad del autor de orquestar piezas colosales sin igual, con un arrojo y sabiduría que se filtran en la trama, creando distancias enormes con cineastas de otras generaciones, The Irishman no alcanza el nivel de excelencia de las otras dos grandes épicas del autor. Funciona como colofón de Buenos Muchachos y Casino, y también como mirada-resumen del propio cuerpo de trabajo del director, pero no por ello deja de ser algo irregular en ocasiones.
Lo primero que me llama la atención de El Irlandés es su falta de brillo, su contención visual, que se puede traducir en cierto conformismo o limitación presupuestaria. Es de agradecer su aspecto de cine con textura, de celuloide granuloso y sin el aspecto digital de muchos de los productos de Netflix, pero al mismo tiempo tiene una tendencia al abuso de planos medios cerrados que se estancan durante buena parte de escenas de la película y contrastan con la enérgica puesta en escena de las anteriores dos películas, como las palizas en Buenos Muchachos.
Hay ciertos ecos a la narración por impulso musical clásica del autor, pero tener frescas ambas muestras criminales previas no hace ningún favor a la percepción de dirección de esta, mucho más corriente y acomodada, salvo en las estupendas secuencias de montajes más dinámico, marca de la casa. Pero hay una sensación de que el ticket dorado al director sin límites ha dado lugar a un exceso en el que no solo sufre de un metraje excesivo sino de una dirección centrada en los actores, no tanto en el conjunto del encuadre, sin la avidez visual de Casino.
Las tres horas y media de El irlandés no son un hueso tan duro de roer como puede parecer, pero tampoco son la montaña rusa con algodón de azúcar, adrenalina y caramelos que algunos han querido hacer ver. Desde luego, con una narración clásica, sólida y sin vericuetos, una historia compleja y llena de matices resulta interesante, pero no siempre absorbente. La crónica de la vida de Frank Sheeran es apasionante, pero emplear 210 minutos para ello es demasiado.
Pero sin duda es de lo mejor del catálogo de Netflix. Si este fin de semana de reapertura de negocios en Puebla aún quieres permanecer guardado un rato más, toma tres horas de tu vida para ver lo último del Cine Negro de Scorsese.