Desde que el nuevo coronavirus apareció en China, con él se destaparon los agoreros. Científicos, políticos, periodistas o cualquier persona con posibilidades de influir en los demás se apresuraron a ofrecer sus predicciones sobre la duración del mal, la aparición de vacunas o los métodos de curación. A muchos no les dolió hacer el ridículo.
Al principio, desde occidente le dieron la espalda al naciente brote que crecía en Wuhan y la provincia de Hubei. Las anteriores pandemias que padeció la humanidad estaban tan en el pasado que no había temores. Será, si acaso, un asunto de los chinos y ellos se encargarán de resolverlo, pensaron algunos, sobre todo los políticos.
Luego, casi de la noche a la mañana, el virus saltó las fronteras chinas y corrió como el fuego en la pólvora por algunos países de Europa, en los cuales sembró la muerte y el aislamiento. Y llegó la hora de especular. Algunos sin motivos, por supuesto, descargaron su impotencia sobre China. Entre estos el presidente estadounidense, Donald Trump, quien aseguró que el SARS-CoV-2 había sido creado en un laboratorio chino.
Hasta ahora, ni Trump ni nadie ha presentado prueba alguna de que la enfermedad, o el virus que la provoca, haya sido creado artificialmente y que por descuido, desidia o intencionalmente, se propalara a los cuatro vientos con la intención de destruir a la economía mundial, con provecho para la del país asiático.
TRUMP A LA VANGUARDIA
El inquilino de la Casa Blanca ha llevado la voz cantante a la hora de hablar sin mucha base del coronavirus, especialmente al subestimarlo, lo cual le ha costado a Estados Unidos la cifra más alta de muertes entre todos los países.
Pero más allá de las vulnerabilidades manifiestas de su gestión para enfrentar la enfermedad, quedan sus palabras, como aquellas que dijo a mediados de abril sobre lo factible de curar el covid-19 con inyecciones de desinfectante. En consecuencia, los medios reportaban pocos días después de más de un centenar de intoxicados por seguir los consejos "sabios" del magnate inmobiliario que rige los destinos de su país y más allá.
Antes, cuando aún el coronavirus no había iniciado su paso devastador por varias ciudades estadounidenses, Trump advirtió que tenía una habilidad especial para comprenderlo e hizo uno de sus peores vaticinios: en abril se habrá terminando todo.
Y en abril los cadáveres se contaban por miles en Nueva York, Nueva Jersey y muchas otras de las grandes ciudades estadounidenses, en tanto el presidente prometía un cheque de unos mil dólares con la intención de mantener alta su aceptación entre el ciudadano común con la vista puesta en las elecciones de noviembre próximo, para las cuales ni él mismo se considera ya seguro ganador.
Trump también dijo en su momento que el virus moría a los dos minutos de estar expuesto a la luz solar, algo que hasta ahora nadie ha podido probar, y muchos lo han desmentido.
EL FIN, NUEVAS OLAS, VACUNAS
Algunos virólogos y estudiosos de prestigiosos centros científicos predicen que habrá otras olas de contagio y que algunas pueden llegar en el otoño boreal (septiembre-noviembre), entre ellos la investigadora principal del Centro científico federal de investigaciones y desarrollo de preparados inmunobiológicos Mijaíl Chumakov, Olga Ivanova.
Ivanova cree, incluso, que podría llegar esa nueva ola más cerca del invierno, una posición con la que coinciden otros expertos, aunque no habló de una fecha exacta del fin de la pandemia, una posición muy diferente a la que defiende Alexandr Chuchalin, considerado el neumólogo más reputado de Rusia.
Chuchalin, quien asesora a la célula de crisis creada por el Gobierno ruso contra el Covid-19, dijo que el coronavirus desaparecería en junio y que no se volvería a hablar de algo parecido en una década.
Todavía no estamos en junio, pero ni en Rusia se le podrá poner coto en ese mes, y mucho menos en Brasil y otras naciones donde aún deja decenas de miles de contagios diarios e incrementa por días las muertes.
Otros, de cualquier lugar, advirtieron que para junio habría vacunas, pero algunos les salieron al paso y advirtieron que en la historias de las vacunas ninguna demoró en lograrse menos de un año y seis meses. Muy optimistas unos y tal vez demasiado pesimistas otros, pero por ahora nadie sabe.
CAOS EN LAS REDES
Si los estudiosos del coronavirus y científicos reputados van de un lado a otro y dejan al lector común con dudas sobre a quién creer y a quién no, imaginen el caos en las redes sociales, donde cualquiera se inventa un video o un post y aduce mil razones para creer en un medicamento u otro, en una terapia cualquiera.
Al comienzo de la proliferación del coronavirus en América, un farmacéutico peruano quiso tener su minuto de fama y dijo haber encontrado la solución para detener en la garganta el virus. Era tan sencillo que parecía creíble: bastaba con hacer gárgaras de agua con sal varias veces al día para lograr un PH en el que no pudiera sobrevivir el SARS-CoV-2.
Al final, después de algunos comentarios serios, se convirtió en el hazmerreír de las redes y, como pasa siempre, se fue al olvido. Aunque cada día alguno se inventa una planta milagrosa, o un medicamento "bendecido" para parar la pandemia.
Lo de las redes, en la voz de gente común, no preocupa mucho, pero es lastimera la posición de algunos mandatarios que han pasado sobre la vida de habitantes de sus países y poco les ha importado cuántos hayan muerto, entre ellos el brasileño Jair Bolsonaro, quien ha subestimado el mal desde sus inicios y ahora mismo tiene a su país entre los más contaminados del mundo.
Ante el coronavirus, a todos y especialmente a aquellos de cuyas opiniones pueden depender vidas humanas, no les vendría mal de vez en cuando un poco de modestia y admitir, como Sócrates, "solo sé que no sé nada". (Héctor Miranda)