La #MalditaVecindad, el culto a la muerte detrás del crimen

La #MalditaVecindad, el culto a la muerte detrás del crimen

Foto: Enfoque

Le llaman la Niña Blanca, le entregan rezos y ofrendas, la tratan como una deidad, pero es el símbolo de una comunidad criminal. Esta imagen está en el pináculo de la escala moral de los delincuentes. Narcomenudistas, narcotraficantes, secuestradores y homicidas alaban la mitología de la Santa Muerte.

 

Inmanuel Kant definió que no “todos los valores y antivalores ocupan el mismo nivel en la escala jerárquica del individuo”. Si la sociedad se construye a través de símbolos, la Santa Muerte es la pieza simbólica de un nuevo orden de antivalores, siguiendo al autor de Crítica de la Razón Pura.

 

Desde esa perspectiva puede entenderse la construcción de una nueva escala de comportamiento. La adoración de criminales a la Santa Muerte encuentra su sentido en la búsqueda de símbolos que reconstruyan la realidad del delincuente.

 

Así, para el criminal es válido matar, puesto que él también puede morir en un enfrentamiento. El menosprecio a la vida es directamente proporcional a la adoración a la muerte. "Que dé yo o tenga una santa muerte", se encomiendan los criminales antes de asaltar a mano armada.

 

Esa reconstrucción de la realidad es la que establece nuevos juicios de valor y escalas morales. Para el criminal es tan importante la libertad como la complicidad entre miembros del crimen. Más el valor de la vida de un semejante es degradado. La justificación de esta degradación está en que el símbolo mayor que es la Santa Muerte genera otros significantes, por ejemplo, el "güey rifado" que sabe "dispararle a los cerdos (policías)".

 

La evolución de la religión, en su paso de la magia a la fe, tiene su base en el totemismo, es decir, el sostén de una creencia en un tótem, una figura que da sentido a la creencia de una comunidad, pero tiene una característica. El Tótem es la representación de lo espiritual en lo físico y concreto.

 

Así, la Santa Muerte, como credo, genera una identidad. Esta identidad la tiene tanto el creyente como la comunidad que se forma. Los seguidores de la Santa Muerte son variados, pertenecen a varios estratos sociales y culturales e incluso tienen distintas religiones, pero hay una constante: el creyente de la Santa Muerte hace comunidad con otros parias.

 

En dicho sentido puede entenderse el hallazgo del altar de la Santa Muerte, en la casona de la 3 Norte 805, mejor conocida como “La Maldita Vecindad”. En torno a este símbolo se unen justamente el perfil de seguidores del culto.

 

La Santa Muerte es la unificación simbólica de una subcultura, un grupo rechazado de la sociedad. En esa nueva escala de valores, la cárcel y la muerte rondan a los creyentes. Para ellos, este símbolo es el único que recibe sus súplicas de causas no escuchadas en ningún otro lugar o ante ningún otro credo.

 

Si ellos mismos se apartaron de la sociedad, o del comportamiento social aceptado -una familia, trabajo, pago de impuestos-, buscan un credo también apartado del comportamiento social aceptable. La necesidad de creencia persiste, pero el criminal ya sólo puede aferrarse a una creencia que justifique las causas de su escala de antivalores.

 

Y esas causas son los constructos identificadores de esta comunidad de devotos: las del hijo preso, las del padre alcohólico, del amigo que cae en el "vicio", del enfermo qué hay en casa, del amor que se fue, de la venganza, del enemigo, de la mujer que quitó al marido, del enemigo de ventas, del rival de la coca, del rival del barrio, del policía que arrestó al hijo o del juez que lo condenó.

 

Todas las causas que parecen fuera, que el sistema religioso tradicional rechaza la Niña Blanca los escucha, ese sector de la población que Foucault llamaba "los anormales", los que la sociedad decidió dejar fuera, son ellos los que visitan a la "Señora" puntuales cada primero de mes, ya sea para pedir o para agradecer.

 

Son ellos los que justifican el robo, que venden las drogas "porque es la única forma de salir adelante", los que se arrojan a los barzos del narcotráfico como sicarios o halcones. Son ellos los que le rinden culto a ese tótem símbolo del crimen, enemigo de la sociedad.

Notas Relacionadas