Como un aire de frescura que paradójicamente retorna a lugares comunes y temas reciclados, llega “Un día lluvioso en Nueva York”, una comedia romántica escrita y dirigida por Woody Allen que es tan nostálgica como inspiradora pese a su trama nada novedosa, ya que el director retoma sus fijaciones cinematográficas y las coloca en personajes de una nueva generación.
La historia gira en torno a Ashleigh Enright (Elle Fanning) y Gatsby Welles (Timothée Chalamet), una pareja de jóvenes universitarios provenientes de familias adineradas que deciden pasar el fin de semana en New York, aprovechando que Ashleigh tendrá que entrevistar a Rollard Pollar (Liev Schreiber), un destacado cineasta en plena crisis creativa.
Gatsby arregla un itinerario para mostrarle la ciudad a su novia y, de paso, evadir una cena familiar programada para ese mismo fin de semana en tal ciudad. Todo parece pintar de maravilla, pero como sucede muchas veces en la vida, hay días inopinados… y una cosa lleva a otra.
Ashleigh comienza su entrevista, que termina alargándose y por cuestiones circunstanciales, la traslada a otro sitio y otra situación. De este modo, continúa sucesivamente su día, situándola en una cadena de hechos de los que no puede deslindarse, más por voluntad que por lo imprevisible del momento, atraída por la seductora incertidumbre de estar inmersa en un ambiente inverosímil.
Mientras tanto, Gatsby hace tiempo dando una vuelta por la ciudad, pero como la labor periodística de su novia se prolonga él continúa su paseo y, al igual que a Ashleigh, le suceden diversas peripecias (sin desviarse de los planes que tenían).
Durante estos eventos y desencuentros, se revela una parte de la identidad de los protagonistas y de la perspectiva que tienen sobre ciertos aspectos de la vida (o su vida), así como la relevancia de otros personajes que ocasionalmente aparecen.
Finalmente y tras un fin de semana “perdido” al estar separados y muy alejados de sus planes originales, la pareja converge de nuevo, pero las breves y significativas experiencias que tuvieron causaron un efecto/consecuencia en ellos que descubrirán, no inmediatamente, sino como ha ocurrido hasta ahora: será evidente de manera circunstancial.
El impacto de las eventualidades ordinarias que estropean un día ¿podría ser equiparable a una lluvia inesperada? Tal vez, pues si bien este elemento suele ser un cliché de la comedia romántica, en esta película pesa por su carga simbólica y es por eso que el espectador además de quedarse con una sensación fresca de viejas añoranzas, entiende por qué se llama “Un día lluvioso en Nueva York”.