Peña, López Obrador y las fuerzas armadas

Peña, López Obrador y las fuerzas armadas

Resulta completamente comprensible, natural, que el comandante supremo de las fuerzas armadas, Enrique Peña Nieto, defienda de manera entusiasta, enérgica y hasta intransigente la función y las tareas policiales (“complementarias”, dice) que realizan las fuerzas armadas. Sólo que bajo la observación y la crítica generalizada de los comisionados de la Organización de las Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de los más influyentes organismos civiles globales y nacionales en la defensa y promoción del derecho humanitario.

 

Natural porque al defender al Ejército y la Marina –e ignorar a la Policía Federal– aboga por su papel como presidente de la república que desde la noche del 30 de noviembre de 2012 ratificó el rumbo militarista y punitivo en el combate al crimen organizado, inaugurado por el aventurero Felipe Calderón, quitándole algunos aspectos escandalosos y acentuando las labores de inteligencia, la coordinación interinstitucional y la “ventilla única” (Secretaría de Gobernación) para los agentes estadunidenses que ahora circulan “como Pedro por su casa” en las secretarías de Estado y el país.

 

Prefiero a los funcionarios que defienden sus ideas, programas e intereses, como lo hace últimamente en forma más pronunciada Peña Nieto, que aquellos que navegan entre quedar bien con todos, lo que es imposible, y se travisten de estadistas. Inclinación mía que obedece a que facilita la discusión, el debate, y no obliga a leer entre líneas y hacerle al adivino para entender el lenguaje críptico en el que son expertos los del sistema político.

 

Sin embargo, el discurso presidencial colocó en el centro la descalificación de los críticos de las fuerzas armadas, sobre todo a Andrés Manuel López Obrador al que no se atrevió a mencionar por su nombre –igual que lo hacen sus subordinados en semanas recientes–, tergiversó las críticas atinadas o desatinadas de AMLO e hizo un muy peligroso ejercicio maniqueo en el que colocó a lo que llamó la patria y las fuerzas armadas casi como sinónimos.

 

Todo sucedió en una concentración masiva de soldados, marinos y sus familiares en el Campo Militar Número Uno y que al parecer Peña solicitó a sus secretarios de Marina y Defensa, quienes reunieron (¿o “acarrearon”?) a 32 mil soldados, pilotos y marinos y 86 mil 564 personas más la vieron vía satélite en las 11 regiones militares, además de sus familias.

 

El oligopolio mediático, con sus dignas excepciones, dictó la verdad única al bautizar como “inédito” algo que sin tanto escándalo y menos espíritu faccioso realizó el divisionario Salvador Cienfuegos hace dos años. Pero la cifra de asistentes y seguidores vía satélite apenas alcanzó la tercera parte de los integrantes de dos instituciones verticales y disciplinadas como ninguna.

 

Los anteriores son detalles frente al presunto fondo de la concentración y el discurso de Enrique Peña quien, de acuerdo a la más reciente encuesta de GEA-ISA, acumula 77 por ciento de rechazo a su gobierno. Cierto es que repuntó tres o cuatro puntos el respaldo ciudadano, pero por el trato desconsiderado e irrespetuoso a los críticos de los que juraban Mover a México y que ya no lo presumen, parecería que los porcentajes son a la inversa.

 

En todo caso juega con fuego el comandante supremo al involucrar a las fuerzas armadas en su desesperada confrontación con el candidato presidencial puntero en las preferencias ciudadanas, incluidos los soldados y marinos.